En 1985 España celebró con una firma la culminación de su larga marcha hacia Europa. España celebra este año el 40 aniversario de su adhesión a la Unión Europea. El 12 de junio de 1985, España y Portugal firmaron el Tratado de Adhesión a la Comunidad Económica Europea (CEE), que entró en vigor el 1 de enero de 1986. Este hito marcó el fin de un largo proceso iniciado en 1977, cuando España solicitó formalmente su ingreso, y consolidó formalmente su ingreso. Así se convertía en el duodécimo socio de las entonces llamadas Comunidades Europeas.
Se cumplen cuarenta años de la adhesión de España (y Portugal) a las Comunidades Europeas. Por una parte, 1986 marcaba un punto de llegada, al culminar la democratización e inserción internacional de la economía española. Al mismo tiempo, era un punto de salida para que España liberalizase su economía (en el contexto de la armonización que traía consigo el mercado único), modernizase definitivamente su sociedad y ampliase su influencia en el mundo.
El balance de estos cuarenta años es muy positivo. Todos los indicadores muestran –si bien con altibajos en los periodos de crisis– una mejora sustancial en los parámetros de bienestar, riqueza y desarrollo. Gracias a la adhesión, España dejó de ser diferente para pasar a homologarse a las democracias avanzadas europeas.
En 1985, España tenía una renta per cápita de 7.300 euros y una ratio de exportaciones sobre el PIB del 15%, reflejo de una economía poco internacionalizada. La esperanza de vida era de 76 años, la población rondaba los 38 millones de habitantes y el gasto público en educación y salud representaba el 3,5% y el 5,2% del PIB, respectivamente.
En contraste, en 2024, España presenta un panorama socioeconómico diferente: la renta per cápita había subido hasta 31.000 euros a través de un rápido proceso de convergencia con los países europeos (sobre todo hasta la crisis de 2008) y las exportaciones representaban un 34% del PIB, ya no eran solamente turísticas y venían acompañadas de fuertes flujos de inversión, tanto de entrada como de salida. La esperanza de vida había aumentado a 84 años, la población había crecido hasta los 49 millones (en un contexto en que muchos países europeos están perdiendo habitantes), y el gasto en educación y salud había aumentado al 4,6% y 7,4% del PIB, respectivamente.
Además, el número de universitarios se había más que triplicado, la mujer se había incorporado plenamente al mercado laboral, la sociedad se había secularizado y, según todos los principales rankings internacionales (The Economist, Freedom House y V-Dem), la democracia española se considera entre las veinte más avanzadas del mundo.
Por último, España se ha integrado plenamente en el panorama internacional y ha recuperado el papel exterior que debió ocupar durante la segunda mitad del siglo XX si no hubiera sufrido una dictadura que la condenaron a un atraso histórico del que todavía se pueden apreciar algunas cicatrices. No obstante, pese a esta indudable transformación estructural, que hace que España sea junto a Irlanda y Polonia, la mejor demostración de que la pertenencia a la Unión Europea es un motor de desarrollo incomparable, existen todavía problemas y ámbitos donde converger.
Fuente: Real Instituto ElCano