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Baldiri Ros, Presidente del Institut Agrícola

04 de Julio de 2025

 

 

Cada verano en España, el fuego arrasa decenas de miles de hectáreas de bosque. En 2023, según el MITERD, se calcinaron más de 89.000 hectáreas. A menudo se señala al cambio climático como responsable. Sin embargo, hay otro culpable más silencioso: el abandono forestal. La acumulación de residuos en los montes —ramas secas, matorral, restos de tala— actúa como combustible perfecto. Y sin gestión adecuada, el monte se convierte en una mecha lista para arder.

Pero ¿y si en lugar de ver estos residuos como un problema, los consideráramos un recurso? Esa es la lógica de la biomasa forestal. No hablamos solo de leña o astillas para calderas, sino de un material con enorme potencial energético, especialmente como fuente para producir biocombustibles sostenibles. España, a pesar de contar con una de las mayores masas forestales de Europa, apenas ha comenzado a aprovecharla.

Cada año, según el Cuarto Inventario Forestal Nacional (2017) nuestros bosques en Catalunya crecen a razón de 2,22 millones de m3. Al mismo tiempo, según la Dirección General de Ecosistemas Forestales y Gestión del Medio Natural, los aprovechamientos forestales madereros en 2023 fueron aproximadamente del 39% del crecimiento anual de las masas forestales, con lo cual, el 61% restante se acumula.

En paralelo, el informe de la Oficina de Cambio Climático de Catalunya (Cambios de los servicios ecosistémicos de los bosques de Cataluña a lo largo de los últimos 25 años (Periodo 1990-2014)), constata que los bosques han aumentado un 24% su densidad en los últimos 25 años alcanzando una media de 843 pies/ha.  Tenemos un 73% más de biomasa aérea acumulada y un 54% más de área basal. Según dicho estudio, en Catalunya la superficie forestal ha aumentado en más de 270.000 ha (13.500 hectáreas anuales) los últimos 20 años, equivalente en superficie a más de la mitad de Cantabria, al tiempo que, las hectáreas existentes (746.289 ha) han aumentado en una cuarta parte su densidad. Esta acumulación es insostenible en el tiempo y supone el embrión de futuros incendios que podrían ser mitigados con un mayor aprovechamiento y un fomento de usos industriales asociados.

Esta biomasa podría transformarse en biocombustible sólido, líquido o gaseoso —desde pellets y astillas hasta biogás o bioetanol—, todos con aplicaciones en calefacción, transporte o generación eléctrica. Además de su aprovechamiento energético, retirar esos residuos mejoraría la salud del bosque y actuaría como una herramienta de prevención frente a los incendios. Según distintos estudios, una gestión forestal activa puede reducir el riesgo de fuego entre un 30 % y un 70 %. Un monte cuidado es un monte que no arde.

El potencial no es solo ambiental. Es también social y económico. A diferencia de las grandes infraestructuras energéticas, la biomasa es una fuente distribuida y de proximidad. Puede producirse y consumirse en el mismo territorio, generando empleo local y actividad económica en zonas con problemas de despoblación. De hecho, según estimaciones del sector, un aprovechamiento eficiente de la biomasa en España podría crear hasta 12.000 empleos directos e indirectos, sustituir 25 millones de barriles de petróleo y evitar la emisión de 9 millones de toneladas de CO₂ al año.

Si bien el uso de la biomasa para calefacción es el más extendido, su aplicación como biocombustible va mucho más allá. A través de procesos como la gasificación, fermentación o digestión anaerobia, la biomasa forestal puede convertirse en:

 

    • SAF o biocombustible de aviación, que acelera la descarbonización del sector aéreo, el cual se ve sometido a una importante presión.
    • Biogás, que puede usarse como combustible para vehículos o inyectarse en redes de gas natural.
    • Bioetanol y biodiésel, que pueden sustituir carburantes fósiles en sectores como el transporte pesado, maquinaria agrícola o el transporte marítimo.
    • Biochar, un subproducto carbonizado útil como fertilizante y sumidero de carbono.

 

Estas tecnologías no solo permiten diversificar la matriz energética, sino que también ayudan a cumplir los objetivos climáticos europeos y nacionales. España ha fijado en su Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) una meta ambiciosa de reducción de emisiones, y los biocombustibles de segunda generación —aquellos que no compiten con la alimentación, como los que se derivan de residuos forestales— juegan un papel clave.

A pesar de las evidencias y el potencial, España sigue a la cola en infraestructuras para biocombustibles. Actualmente, apenas existen 15 plantas de biometano operativas, frente a más de 1.500 en Europa. Se necesita voluntad política, inversión y simplificación burocrática.

Además, el marco legal actual es confuso, con competencias repartidas entre comunidades autónomas, ayuntamientos y el Estado. Muchos proyectos se pierden entre trámites, retrasos y falta de incentivos. Urge una política nacional clara para la biomasa: una que incentive fiscalmente el uso de residuos forestales, reduzca el IVA del biocombustible (actualmente en el 21 %) y garantice apoyo técnico y económico a las iniciativas locales.

No se trata solo de evitar incendios. Se trata de construir un modelo de desarrollo rural resiliente, sostenible y moderno. La biomasa forestal puede ser la palanca para transformar montes abandonados en motores económicos, para conectar transición ecológica con empleo rural, para pasar de una lógica reactiva ante el fuego a una lógica preventiva e inteligente.

No hacer nada también tiene consecuencias desde el punto de vista hídrico. El estudio de la Generalitat recoge una disminución del 30% del agua de escorrentía (agua azul) por el crecimiento descontrolado de la masa forestal. Es decir, tendremos menos aguas en los pantanos y las masas forestales son mucho más vulnerables a las sequías (requieren más agua), por lo que aumentarán los ejemplares secos en épocas de bajas precipitaciones, aumentado el riesgo de incendio.

En definitiva, los árboles no se plantan solos, ni los incendios se apagan desde los despachos. Aprovechar la biomasa forestal es una cuestión de responsabilidad, pero también de visión. Donde algunos ven rastrojos, otros ya ven combustible, ingresos y futuro. Ha llegado el momento de decidir en qué lado queremos estar.

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